viernes, 5 de abril de 2019

EL ALFÉREZ. LA MUERTE A ORILLAS DEL LAGO



EPÍLOGO

La plazoleta de la fuente del Chorro Gordo estaba hoy muy alumbrada y transitada. Era porque se había convocado la subasta de los pastos de la dehesa boyal. Un fanal grande de aceite de varios fuegos, alumbraba la entrada al edificio. En el frontispicio de la puerta podía leerse: Casa del Concejo.
Frente a esta entrada había dos acacias.
Alrededor de ellas un grupo de niñas cantaban un romance y saltaban a la comba. Lo hacían al compás de su canción y formando un corro.
Iban con las manos entrelazadas en la espalda. Y una tras otra saltaban por encima de la cuerda. La catenaria de la soga pasaba, alternativamente, bajo sus pies y sobre sus cabezas.
Al fondo la fuente del Chorro Gordo. Al caer el agua de sus caños se llenaba el ambiente de un son grave y adormecedor.
También se oía el repicar del esquilón de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán que llamaba para la novena.
En aquel momento cruzaba la plaza una comitiva formada por un pequeño grupo de personas. Se paró una dama enlutada, que iba en la cabecera de la comitiva y se veía que era anciana, como demostraba su pelo totalmente cano.
¿Qué cantan esas niñas, Ismael?
Un romance, doña Virtudes— ¡Escuchad que parece muy bello!
La dama prestó su atención al romance que cantaban, suspiró profundamente y al mismo tiempo, dos lágrimas muy gruesas y brillantes resbalaron por su cara. Y las niñas siguieron cantando...

En los Tercios italianos
un soldado se murió
y su madre de la pena
casi también falleció.

En los Tercios italianos
es donde pereció Andrés
y su querida pastora
casi se muere también.

Rosarito, desolada
al Castillo se subió,
a la sima de la Mora,
trastornada, se tiró.

Que una, que dos y que tres

que este soldado era Andrés.

Y que ella era Rosarito

la pastora del Coronito.

Esto pasó hace ya mucho, mucho, tiempo.



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