ANTÓN ZELEDÓN ZENDÓN. Supervivencia y nuevos horizontes.

Creo firmemente, que la muerte no puede acabar nunca con las ideas, pensamientos o sentimientos de los seres humanos; por tanto nada puede hacer en contra nuestra. Pienso que la muerte no es más que un incidente. Habrá de servirnos para que cambie nuestra aparente forma de existir, la que teníamos hasta el instante en que ésta se produce. 

El hecho de haber dejado constancia escrita, de los últimos acontecimientos ocurridos, me ha servido para analizar lo que ha sucedido con una mayor calma y tranquilidad. De ambas cosas escaseaba, no hace mucho tiempo. En el día de hoy creo que tengo claros los conceptos sobre la felicidad o la desdicha, el bien o el mal, sobre la alegría o la tristeza, la maldad o la bondad… de la vida en fin. Pero aún hoy día, tengo una gran duda entre dos posibilidades: que las cosas que ocurren sean como son, o más bien sean mis propias interpretaciones. Yo creo que en cualquier caso, habré de vivirlas tal y como las interpreto. Por tanto y de acuerdo con este criterio para mí, así son. 

De cualquier forma he de confesar, que los últimos sucesos me han enriquecido y mejorado mucho como ser humano. He aprendido a sonreír a los demás, viviendo los peores momentos. De este modo he querido inculcarles la confianza necesaria y la fuerza precisa, para actuar con decisión. Nada me ha costado hacerlo. Y ellos han respondido a esa conducta con su buen trato y una total dedicación, por lo cual también yo he cogido mucha confianza en ellos. 

Tengo miedo a lo que desconozco y no encuentro nada más desconocido y misterioso que el hecho de estar muerto. Pero no tengo miedo a la muerte, porque es imprescindible para poder entrar en ese estado. Preciso de sus servicios para poder cerrar el segmento vital, cuyo recorrido inicié al ser concebido, en el que he agotado, después, toda mí vida. Una vez que este totalmente cerrado el segmento y formado el anillo existencial, muy bien equilibrado y compensado, pasaré a ocupar un nuevo lugar en el universo. Aquel que El Sumo Hacedor ó Mente Inteligente—como dicen los científicos—, me tenga reservado. 

Quisiera tu sonrisa, en ese momento, porque en ella encontraré la tranquilidad, la calma y el valor que necesito, para enfrentarme a ese nuevo estado, que desconozco por completo. Hace unos meses retuve tu mano agarrada con la mía. Y en esta ocasión aún haciendo gran esfuerzo, apenas alcanzaba a notarla. No obstante, el hecho fue para mí importante, porque me proporcionó mucha ayuda y un gran consuelo. Deseo que cuando llegue la hora del último combate, volver a tenerla una vez más agarrada entre las mías. Con ello disfrutaré nuevamente de esa tan dulce sensación de calma y tranquilidad, que espero que ya sea para siempre. 

Han pasado varios años y recuerdo que entonces hacías prácticas literarias y de oratoria con un grupo de mujeres. Eran unos encuentros literarios que se impartían en algún organismo municipal. Me leíste algunas reflexiones, no se si propias o de tu grupo de trabajo sobre la vida y la muerte. Y he de decir que fueron de mi mayor agrado y consideración. Con tu permiso, quiero transcribirlas aquí:

—Quien no ama la vida, no la encuentra. Pero tú la amas mucho y cualquier situación se puede volver del revés…, en un minuto. 

—Si esta vida es una oportunidad, aprovéchala. 

—Si la vida es un reto, afróntalo con optimismo. Así es más fácil vencerlo. 

—Si la vida es un combate, acéptalo como tal y ten valor cuando lo pierdas. 

—Si en la propia vida está la felicidad, merécela, búscala y disfrútala. 

—Si todo esto es la vida, defiéndela y lucha hasta el final por ella. 

—Es muy importante no mirar para atrás. Jamás lo olvides. 

—A quien dices tu secreto, das tu libertad. Pero también es cierto que el hecho de hablar con claridad a los demás, les obliga a definirse.

En mi caso como consecuencia del hecho de contar todo lo que he escrito en este libro también la he perdido. Pero puedo aseguraros que el ejercicio de hacerlo, día tras día, no me causó ningún mal sino más bien al contrario.

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